"Pasar de Galicia a tierras castellanas es algo así como pasar, en un segundo, del Amazonas a la Pampa. Tras avanzar lenta y tediosamente los cañones del Sil, cuyo cauce se calma y se acumula tras numerosas presas, el tren acelera su ritmo a medida que comienza a atravesar la llanura, plena de hierba seca y girasoles. Los campos de Castilla, que hacían elucubrar a Don Quijote y evocaba certeramente Machado en su poemario, se me presenta deteniendo el tiempo y voy descubriendo atónito el cielo inmenso que se desploman sobre la tierra, cuyas nubes salpican de sombre el amarillo imperante tras el estío.
Confieso que aún no me he adaptado al discurrir del viaje. Mi mente se siente extraña y confundida. En lo particular, descubrir mis ganas de elaborar "mi propia filosofía del viaje" y, en lo universal, aspirar a un filosofía propia fruto de un conocimiento más profundo del mundo. Por el momento tal y como el Siddartha de Hesse aún no he descubierto el mundo. Apenas he salido de palacio.
Al regresar al norte, el tren se adapta a los desfiladeros de las colinas y desde lo alto me fascina el bosque orgulloso, bañado en niebla matutina, frondoso y oscuro, fuerte y misterioso. "
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